Convivencia, por lo general, se define cuando dos o más personas escogen el compartir el mismo techo y vivir juntos. Pueden tener diferentes razones como, por ejemplo: una relación romántica donde deciden mudarse juntos; la de amistades cuando deciden alquilar un lugar de vivienda y dividen los costos, pero cada cual tiene “su espacio” o la de la familia que es en la que la mayoría de los seres humanos comenzamos a convivir.
Sin embargo, convivir en muchos casos depende del contexto y de las personas involucradas. Por lo general, incluye compartir gastos, tareas de mantenimiento del lugar donde viven y responsabilidades. Además, la idea es que disfrutes o toleres la compañía y que se construyan relaciones más profundas a través de las experiencias que comparten.
Vivir bajo un mismo techo también puede proveer oportunidades de crecimiento personal y aprendizaje, ya que requiere compromiso, comunicación y negociación para navegar en los espacios compartidos y en la toma de decisiones (relacionadas directamente a la convivencia). En las relaciones románticas, el convivir puede ser un paso inicial en el compromiso de construir una vida juntos, mientras que en otros contextos ofrece apoyo emocional y práctico.
Hasta ahora todo suena muy civilizado y planificado, pero hablemos ahora de la realidad. La mayoría de los seres humanos entramos en un proceso de convivencia sin saberlo y escogerlo. Comenzamos el proceso de convivir cuando llegamos a este mundo y la verdad es que nos vamos adaptando a las reglas del lugar donde vivimos, por eso pensamos que podemos convivir fácilmente con otras personas porque ya lo hicimos de una forma u otra con nuestras familias. La realidad es que en ese tipo de convivencia tenemos que aceptar la gran mayoría de las reglas y situaciones, porque somos los últimos en llegar. Sin definir si este tipo de convivencia fue llevadero o no, hay que aclarar que todo tipo de convivencia es un proceso de adaptación, negociación continúa y sobre todo de comunicación clara y con muchos momentos en donde se deben reconfirmar los acuerdos establecidos.
En el momento en que se decide convivir hay tres pasos que no debes saltar:
- Clarificación de deberes y responsabilidades
- Acuerdos económicos entre las partes
- Cuáles son las cosas que no estás dispuesto a negociar y cuáles sí
Si bien es cierto que creo firmemente en la posibilidad de tener una convivencia en paz, también puedo asegurar que hay muchas personas que no nacieron para convivir con nadie y que muy posiblemente ni siquiera pueden convivir con una mascota. En mi caso, me considero una persona que podría vivir sola sin ningún problema. Lo hice por siete años y en ellos crecí mucho y pude conocerme a profundidad. Me encanta la soledad y la disfruto, pero a la misma vez, amo convivir con mi esposo. Aunque no se puede tapar el cielo con la mano y hay que admitir que aún con todo el amor del mundo, las ganas y los deseos de llevar una convivencia en paz aun cuando se hace por amor puede llegar a tener muchos momentos retadores.
Esta es la primera de una serie de columnas en las cuales hablaremos de los retos y alegrías de la convivencia, pues esto es una relación o contrato que no está escrito en piedra y que va a modificarse según las personas involucradas vayan evolucionando.